Un México que avanza: la justicia social deja de ser un sueño
Por Ernesto Cruz.
En un país como México, donde la desigualdad ha marcado por décadas el destino de millones, decir que 13.5 millones de personas salieron de la pobreza en tan solo seis años no es simplemente una cifra: es una declaración de cambio, una victoria del pueblo y una señal clara de que cuando hay voluntad política, visión social y compromiso real, el progreso es posible.
La Presidenta Claudia Sheinbaum no exagera cuando afirma que esta noticia "cimbró al mundo". En una era de polarización y crisis globales, México se coloca como ejemplo de que la redistribución de la riqueza, la inclusión social y el fortalecimiento de las comunidades sí pueden ser ejes rectores de un gobierno moderno.
El modelo de la Cuarta Transformación, iniciado por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, ha sido claro en su propósito: poner al centro de las políticas públicas a quienes históricamente fueron olvidados. En Michoacán, más de un millón 294 mil personas reciben directamente los beneficios de los Programas para el Bienestar. Lejos de ser “asistencialismo”, como algunos críticos insisten en señalar, estas acciones son inversiones sociales que transforman realidades y construyen dignidad.
Programas como la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores, Becas Benito Juárez, Jóvenes Construyendo el Futuro, y Sembrando Vida, entre muchos otros, no solo ofrecen apoyo económico, sino que tejen una red de seguridad para quienes antes estaban en el olvido. Este enfoque tiene un valor inmenso: combate la pobreza desde la raíz y genera oportunidades para que millones puedan salir adelante sin dejar su tierra, su cultura ni su identidad.
El ejemplo de Michoacán es especialmente poderoso. No solo por la cifra de beneficiarios, sino por la amplia gama de proyectos que van desde la construcción de hospitales y escuelas, hasta la tecnificación agrícola, la recuperación ambiental y la expansión educativa con nuevas universidades. Todo esto tiene un hilo conductor: poner al ser humano en el centro del desarrollo.
Mención aparte merece el Plan de Justicia para el Pueblo P’urhépecha, una deuda histórica que finalmente comienza a saldarse con acciones concretas. La Presidenta Sheinbaum, al recordar su paso por estas comunidades durante su formación académica, demuestra que su vínculo con los pueblos originarios no es de discurso, sino de experiencia viva y compromiso real. Su reconocimiento de la solidaridad comunitaria como una enseñanza profunda es un recordatorio de que también hay mucho que aprender desde abajo.
Hoy, México vive un momento esperanzador. Los resultados están ahí: menos del 30% de la población vive en pobreza, el nivel más bajo registrado en nuestra historia. El reto, por supuesto, no ha terminado. Aún hay mucho por hacer. Pero lo alcanzado hasta ahora confirma que el camino elegido es el correcto.
La Cuarta Transformación ha demostrado que cuando el Estado deja de ser indiferente y actúa con justicia, los cambios dejan de ser promesas y se convierten en hechos. México está avanzando, no con discursos vacíos, sino con obras, con datos, con resultados. Y eso, sin duda, es una buena noticia que merece ser celebrada.
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