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¿Bandera alta al crimen organizado? “La fuerza del Estado es la justicia”


Claudia Sheinbaum insiste en que “la fuerza del Estado es la justicia”, no la guerra. Pero mientras el gobierno repite el guion de los “abrazos, no balazos”, el crimen organizado sigue expandiendo su imperio. México sangra, y el Estado sigue en retórica de paz.

“La fuerza del Estado es la justicia”, dijo la presidenta. Lástima que los delincuentes no le tienen miedo a los tribunales, sino a la ley que nunca llega.

La tragedia en Michoacán vuelve a exhibir el fracaso de la estrategia oficial. Un alcalde asesinado, comunidades bajo fuego y un gobierno que responde con el mismo discurso: no habrá guerra, no habrá militarización, habrá justicia. Lo mismo que llevamos escuchando desde hace casi siete años.

Claudia Sheinbaum repite el mantra heredado de López Obrador: “Atender las causas”. Y sí, la pobreza y la desigualdad deben combatirse, pero los grupos criminales no matan por hambre, sino por poder. Hoy dominan rutas, municipios y economías completas. No son víctimas del sistema; son el sistema en vastas regiones del país.

El gobierno federal se escuda en el fracaso de Calderón y Peña Nieto para justificar su propia parálisis. Pero la diferencia ya no está en los resultados —porque tampoco los hay—, sino en la narrativa. Antes era “guerra contra el narco”; ahora es “justicia social”. En ambos casos, los muertos los pone la gente.

La presidenta promete “presencia, inteligencia y justicia”. Lo que vemos es ausencia, improvisación e impunidad.

Michoacán no necesita abrazos ni discursos moralistas. Necesita Estado. Necesita autoridad que se haga respetar y justicia que funcione. Pero el gobierno sigue confundiendo la paz con la inacción y el humanismo con la debilidad. Mientras tanto, los cárteles reclutan, gobiernan y ejecutan sin oposición real.

La “fuerza del Estado” de la que habla Sheinbaum se ha vuelto una frase vacía. En los hechos, el Estado es débil, y la justicia, lenta o inexistente. El poder real —el que decide quién vive y quién muere— está cada vez más lejos de Palacio Nacional y más cerca de los territorios controlados por los criminales.

“No habrá impunidad”, asegura la presidenta. Pero la impunidad no se elimina con declaraciones: se destruye con resultados, y esos no existen.

El gobierno mantiene la bandera de los “abrazos, no balazos”, pero en la práctica ondea otra: la bandera blanca ante el crimen organizado. La justicia no puede ser consigna de campaña ni consuelo en el micrófono. Si la estrategia no cambia, el país seguirá contando muertos mientras el poder repite su mantra de paz.

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